MAFO

Poco a poco se va poniendo el foco en el mayor responsable del desastre financiero que presenta España.

Miguel Ángel Fernández Ordoñez, MAFO en los ambientes, va a pasar a la historia como uno de los personajes que más daño ha hecho a España en la Gran Recesión que padecemos.

Está claro que él no es el único responsable del desaguisado, pero pasar en pocos trimestres del “mejor sistema financiero del mundo” a ser un peligro para la estabilidad del euro, siendo el mandamás de la entidad reguladora, tiene su importancia, no crean.

Muchos siguen poniendo el acento en los Consejos de Administración de las Cajas de Ahorros, politizadas hasta el tuétano. Y yo también, porque el despilfarro y la mala gestión con la que han llevado los designios de las entidades son aterradores. Pero muchos se olvidan con asiduidad del principal responsable: MAFO

Sin que sirva para justificarles, me gustaría ver a cualquiera de los que critican tan alegremente a los políticos que copan los sillones del principal órgano rector de una Caja, en un Consejo de esos. Me imagino que allí, habrá un fulano, el director general por norma general, que ante el “sanedrín” presentará las cuentas de la entidad con el respaldo de alguna compañía auditora de prestigio y con la firma y el beneplácito del Banco de España. No me imagino a ningún miembro del Consejo de Administración, por listo y preparado que esté, poner en cuestión lo allí presentado, pues esos miembros, a parte de ser políticos en su mayoría, no están, por norma general, en el día a día de la entidad.

Por eso digo que se suele hablar muy a la ligera de ciertos temas, mientras que con otros se andan con pies de plomo.

No entiendo como el PP y sus medios afines están tardando tanto en señalar a MAFO como el principal culpable de todo esto. La semana pasada se empezaron a oír a determinadas voces, pero sin ser algo genérico. Otros estarían encabezando portadas un día sí y otro también. En fin.

La princesa intervenida

 

cam1Hubo una época, en un país no muy lejano, en el que las hijas del rey, que eran un montón y que además eran bastantes manirrotas, pasaron en un momento determinado de una opulencia y riqueza desbordada a la más absoluta de las miserias.

Los fieles asesores económicos del rey, que auditaban las cuentas de las princesas cada año y que permitían tales prácticas, se vieron obligados a tomar medidas urgentes contra los dispendios y gastos desmesurados de la prole, ya que se estaban dirigiendo irremediablemente a la bancarrota. La intervención fue tardía y hecha de mala manera, ya que a su graciosa Majestad, a pesar de los avisos, le gustaba presumir, allá donde fuera, de tener a las hijas más ricas, guapas y elegantes de todo el orbe conocido durante demasiado tiempo.

Una de las primeras medidas que adoptaron para corregir la penosa situación financiera por la que atravesaban, fue obligarlas a unir sus principados para compartir gastos y tener un tamaño suficiente para asimilar los nuevos tiempos duros que estaban llegando. La mayoría de ellas aceptaron a regañadientes para proseguir con su relativa independencia. Pero hete tú aquí que hubo una que, midiendo mal su fuerza, decidió seguir su camino en solitario. Había salido la criatura igual de engreída, soberbia e insolente que su padre. Su situación financiera era parecida a la de las demás –quizá un poco peor, para que nos vamos a engañar- y había caído casi en los mismos errores que el resto, pero cometió el fatal pecado, el craso error, de contravenir las órdenes del monarca.

Efectivamente, el rey no perdonó nunca tal desaire y decidió intervenir entregando a cualquier postor -o mejor dicho, a un postor al que debía bastantes favores-, todas las posesiones de su hija díscola. La condición que puso el susodicho beneficiario fue que le dejaran limpia a la princesa de deudas y libre de toda carga a sus posesiones en el principado, además de que el precio a pagar, claro, fuera bastante bajo. El monarca no puso reparo alguno y aceptó remiso tal condición. Su reino atravesaba una situación caótica y estaba en uno de sus peores momentos económicos. Además era vigilado de cerca por otros reyes y necesitaba un golpe de autoridad. Por ello, con el dinero de sus súbditos, vía impuestos, saneó las famélicas cuentas de su hija sediciosa para entregársela limpia de polvo y paja a su (im)postor preferido. También, tal y como le pidió, valoró a la baja todo lo que pudo las posesiones de la princesa para que el coste de adquisición le fuera lo más económico posible. Y en esas estamos. En fin.

http://blogs.laopiniondemurcia.es/murcialiberal/2011/09/06/la-princesa-intervenida/