Vía @Absolutexe (www.estadolimitado.com)
Ángel Fernández (Instituto Juan de Mariana) . Hemos analizado en artículos anteriores la involución institucional y la desigualdad ante la ley que han forjado una jaula de hierro en torno a los ciudadanos que se sienten impotentes ante la imposición de políticas intervencionistas por 17 oligarquías autonómicas o, si se prefiere, por 17 élites extractivas regionales en su intento de acaparar el máximo poder político y económico empleando los estatutos y leyes autonómicas, los impuestos y el endeudamiento de las generaciones futuras para «guiar« la sociedad a favor de utopías que esconden los intereses de la casta política regional.
El nacional-separatismo ha utilizado tácticas totalitarias para el control de la sociedad civil por medio del adoctrinamiento en las escuelas, la universidad y los medios de comunicación. Las oligarquías de élites extractivas autonómicas han jugado con los sentimientos tribales de la población (familia, pueblo, lengua, cultura y territorio) y con el miedo psicológico a la libertad (I) y (II), «guiando« hacia la fractura social de cada región; separando en vez de uniendo entorno a un futuro común, discriminando y estigmatizando a los ciudadanos, divididos en primera, segunda y tercera categorías en función de su grado de adhesión a los intereses políticos y económicos de la élite extractiva autonómica ([1][2][3][4][5][6]).
Pues bien, ante el actual desafío secesionista, que va consumiendo etapas para intentar desmembrar la convivencia pacífica entre las regiones que conforman España, hay que recordar varios hechos jurídicos irrefutables:
Dicho lo cual, conviene constatar los graves problemas de convivencia y de crecimiento del tamaño del Estado que ha generado la errónea redacción del Título VIII que permitía la instauración de la organización territorial en Autonomías caracterizada por la corrupción generalizada ([1][2][3][4][5][6]) con hasta 1661 casos por toda la geografía española, la irresponsabilidad presupuestaria ([7], [8], [9]), la irresponsabilidad tributaria ([10], [11]), y los excesos normativos ([12], [13]) desde 17 parlamentos autonómicos que desvertebran el poder legislativo y son responsables en gran medida de las más de 100.000 leyes, decretos y normas que se publican cada año en España.
Si hay que construir, ordenar y poner en marcha una gran política nacional basada en los principios constitucionales, sólo hay una opción moral posible que es afrontar el desafío separatista y dar la palabra y el voto a todos los ciudadanos españoles para que decidan en un referéndum cómo solventar el problema de organización territorial de España.
Es decir, la fractura social a la que han conducido el nacional-separatismo de las Autonomías, y la inacción de los gobiernos centrales, sólo puede superarse políticamente por la decisión mayoritaria de todos los españoles. No se requiere un referéndum para jugar al juego de los intereses de la oligarquía independentista y confirmar que Cataluña es una parte fundamental de España; algo que es obvio a lo largo de la historia y que, en aplicación del artículo 1.2, sólo podría decidirse entre todos los españoles que sufragamos con nuestros trabajos, compras e impuestos el presupuesto público de la Generalitat pero que, aplicando el artículo 2 de la Constitución, es legalmente imposible.
Evidentemente, sí se requiere un referéndum sobre las políticas fundamentales para garantizar el crecimiento económico, la cohesión territorial y la convivencia pacífica, de modo que todos los españoles decidan: A) cómo limitar y fijar las competencias autonómicas, B)cómo garantizar una financiación equilibrada y responsable y, también, C) cómo exigir elcumplimiento de la Ley por las autoridades y funcionarios autonómicos.
Aplicando elartículo 92 CE, un referéndum que convocase a las urnas a todos los españoles con derecho a voto, podría ser capaz de restablecer la convivencia pacífica e impulsar la normalidad democrática que intentan romper los secesionistas. Es decir, muchos ciudadanos entendemos que sólo un referéndum puede mejorar la legalidad vigente, frenar el nacional-separatismo y hacer prevalecer las reglas de la Ley vigente con el poder de la mayoría del censo electoral de España. Por ejemplo, por medio de las siguientes siete preguntas:
Un Estado de Derecho, digno de tal nombre, no puede mantenerse impasible y tolerar el incumplimiento de la Constitución, las leyes y las sentencias de los tribunales por parte de las Comunidades Autonómicas. Y una democracia parlamentaria no debe permitir un desafío secesionista que intenta imponerse a la mayoría de los ciudadanos por unas oligarquías regionales, ávidas de más poder, más corrupción y más control sobre la población.
Por un lado, el Gobierno no ha recibido el mandato del pueblo para doblegar la soberanía nacional ante los deseos del secesionismo, por más que insista la propaganda de los partidos nacional-separatistas de Cataluña o del País Vasco. Si el Gobierno accediese a las pretensiones secesionistas, se estaría infringiendo la legalidad vigente, dado que no está contemplado en la Constitución, que es la Ley básica que establece el marco jurídico e institucional válido en España.
Por otro lado, un Gobierno de España no debería tolerar por más tiempo que exista desamparo de los ciudadanos en municipios y regiones, donde son discriminados por no someterse a los deseos de la oligarquía de élites extractivas nacional-separatistas.
Contestando a las siete preguntas anteriores, por medio de la soberanía nacional de la mayoría de todos los españoles, se dotaría de certidumbre al ordenamiento jurídico y se renovaría la validez de la Constitución Española de 1978 para las próximas generaciones. Un Gobierno con mayoría absoluta sería capaz de sacar adelante los cambios normativos, aplicando el artículo 167 de la Constitución.
En definitiva, son todos y cada uno de los ciudadanos de España los que deben decidir sobre el futuro de la nación más antigua de Europa y las oligarquías no deben imponer políticas de hechos consumados con sus negociaciones entre bambalinas, su corrupción, su hipocresía, su inmoralidad y el miedo acérrimo que sienten a que sean los propios ciudadanos los que decidan; porque es en ellos donde reside la soberanía nacional, según el artículo 1.2 de la Constitución.
Obituario que Daniel Lacalle ha publicado en Cotizalia (08/04/2013) y que inserto en Murcialiberal por ser lo mejor que he leído hoy sobre la figura de Margaret Thatcher.
Gracias, Thatcher
«A finales de los años 70, Gran Bretaña sufría de tres males que nos parecerán bastante familiares a los europeos de hoy: un desempleo desbocado, un sector público hipertrofiado y una política impositiva confiscatoria.
Margaret Thatcher tenía todas las cartas en su contra. Mujer, de clase humilde, y poco dispuesta a consensuar y aceptar lo que los estamentos le imponían. Pero llegó. Y su revolución ha cambiado el mundo. Para mejor.
Cuando Thatcher llego al poder, la inflación superaba el 20%, el país estaba en manos del Fondo Monetario Internacional, al borde de la quiebra, y secuestrado económicamente por sectores clientelistas, no solo los sindicatos, sino también una clase empresarial extremadamente dependiente del estado. Socialismo con oligarcas excluyentes. ¿Les suena?
El Reino Unido era “el enfermo de Europa” (the sickman of Europe), según el Banco de Inglaterra. Las recetas de los gobiernos eran siempre las mismas. Subir los impuestos, mantener el estado asistencialista y “estimular la demanda” desde el gasto. Para subir los impuestos de nuevo, al fracasar.
Cuando Margaret Thatcher fue expulsada del poder en 1990, dejaba un país que volvía a ser líder mundial, una economía sólida, dinámica, con reguladores independientes, donde el estado es servicio, no desincentivador de inversiones y procurador de favores, y donde las palabras empresario y éxito no son insultos. Un país donde crear una empresa se hace en un día por el coste de dos happy meals, donde se crearon pymes que hoy son líderes globales. ¿Una economía perfecta donde todo es de color rosa? No, para nada. Pero olvidamos de dónde venía.
Mucho se ha hablado de los sindicatos en los 70 y su poder (“té y sándwiches en Downing Street”, les llamaban), pero no de su impacto económico. Las huelgas constantes en el Reino Unido de mediados de los setenta creaban un impacto económico doble. Recesión y rechazo del capital inversor a poner dinero en el país.Invertir en Inglaterra era garantía de confiscación por impuestos. ¿Les suena?
Hay cosas que el gobierno de Thatcher hizo que hoy ignoramos porque lo que existía antes nos parece simplemente inimaginable. Control de capitales. Sí, Reino Unido mantenía controles de cambio y de capitales desde los años 40. Hoy, la libre circulación de capital nos parece normal y lógica. Eso lo cambió Thatcher en dos meses.
Unos impuestos que llegaban al 83% de la renta en ciertos tramos. ¿Recuerdan aquellos discos que grabaron los Rolling Stones o The Who en países exóticos durante los setenta? No era para viajar y conocer mundo. Era para escapar del fisco. Reino Unido era un infierno fiscal. ¿Les suena?
Austeridad, bajada de impuestos e inversores
Thatcher hizo lo que se suponía imposible, austeridad, bajar impuestos y atraer capital. Y cambió un infierno fiscal, trampa para el capital que se había gestado durante décadas, en pocos años.
Siempre dicen que su mandato tuvo dos recesiones, y es cierto, pero nadie dice cuánto se tardó en salir de las mismas. La mitad de tiempo que en sus países comparables de Europa. Porque siempre que hablamos de la era Thatcher olvidamos lo que ocurría a nuestro alrededor.
Los críticos hablan del aumento de la desigualdad en Reino Unido durante la época de Thatcher. De nuevo, olvidando de dónde salía el país. Y la base de la que partía.
Los salarios básicos aumentaron muy por encima de la inflación, la renta disponible y su riqueza aumentaron para las clases más desfavorecidas. Durante el mandato de Thatcher, el porcentaje de mujeres trabajando creció un doble dígito, pero además las mujeres empresarias se multiplicaron. Se hizo un país donde la gente sabía que si se esforzaba y ponía empeño, ganaría ¿Igualdad? No, libertad.Y los ciudadanos lo valoran. La inmigración que viene a este país sabe que puede prosperar y crecer. Claro que puede fallar. Pero también, curiosamente, valoran el sistema de asistencia social.
La privatización de empresas públicas al borde de la quiebra fue otro de los pilares de la política económica de la era Thatcher. Pero la privatización era más que una manera de recuperar control sobre el déficit y reducir deuda, de mejorar la gestión. Lo realmente importante, y que también ignoramos porque lo damos por hecho, es que con Thatcher se introdujeron reguladores realmente independientes, no un brazo más de un estado clientelista. Unos reguladores que garantizan que las reglas de mercado son a la vez justas y transparentes.
Olvidar la base de la que partió es parte del injusto análisis que se hace a la época de Thatcher. La esperanza de vida aumento en casi tres años entre 1980 y 1990, más que en la media de la OCDE. Curiosamente, fue la privatización de muchos servicios no esenciales la que permitió enfocarse en mejorar una seguridad social que era un auténtico desastre. ¿Era una maravilla en 1990? No. Ni hoy. Pero, de nuevo, no podemos olvidar de dónde se partía.
Ignoramos también lo que es la inflación, el impuesto silencioso, y su efecto devastador sobre la economía. En 1979 se daba por hecha, como algo “inevitable”. Bajar la inflación de un 21% al 12% fue un auténtico éxito que no se puede achacar solo al petróleo del mar del Norte, como hacen algunos. Además, dicho petróleo comienza a ser una inversión atractiva cuando los gobiernos de Thatcher empiezan a comprender la importancia de atraer capital.
Y es ahí donde Margaret Thatcher fue y es un éxito rotundo. De ser un país de bajo atractivo para el inversor, Reino Unido pasó a ser uno de los países con mayor balanza financiera positiva. Entender las dificultades de la economía y trabajar con ellas, hacer de los errores oportunidades y dejar que los sectores pujantes florezcan fue también un cambio histórico. No entorpecer, no intervenir, no usar paternalismo económico que usted paga con más impuestos. Claro que la City ha sido esencial. Pero ya existía. Thatcher contribuyó a su desarrollo como motor económico global.Hoy la City de Londres provee al país de más ingresos por impuestos que Escocia.
Coto a la casta política
Thatcher no redujo el gasto público en sus primeros años. Pero lo contuvo de manera ejemplar y luego lo redujo. Su austeridad fue atacar el gasto político, las subvenciones, los enormes costes de un estado hipertrofiado. En Reino Unido, uno no ve políticos con veinte asesores, choferes, mayordomos y sequitos. Cortó muchas cabezas de muy altos cargos.
Uno de los éxitos de Thatcher fue cambiar esa casta. Hoy es primera página, dimisión y escarnio público cuando un político gasta 200 libras en cursos injustificados.
Por supuesto, donde Thatcher tuvo una absoluta clarividencia fue en rechazar la moneda única y los avances intervencionistas de Europa. Hoy nos parece normal, y hasta típico inglés, pero en aquella época la Dama de Hierro tuvo que luchar encarnizadamente contra su propio partido y la oposición para defender la libra, la independencia económica y resistirse a ser engullida por una construcción europea que ya apuntaba maneras de planificación centralizada casi-soviética.
Yo llevo muchos años viviendo en Inglaterra. La figura de Thatcher sigue generando controversia y opiniones dispares. Como todos los grandes líderes. Cometió errores, claro. Muchos. Pero, en mi opinión como observador externo, el mayor legado de la Dama de Hierro es que hoy, en este país, casi nadie, sea laborista, liberal, conservador o independiente, defiende el intervencionismo que asolaba el país en los setenta. Porque los votantes saben que no funciona. Porque nadie quiere volver a aquella Inglaterra desolada. Los principios de libertad económica, de apertura y de mercado son ya parte del ADN de un país que hace pocas décadas era un erial estatista.
No, Margaret Thatcher no era perfecta. Ni aplicó todo lo que defendía. No pudo. Pero por muchos errores que cometiera, y muchas críticas, algunas merecidas, hay mucho que los ciudadanos de Reino Unido y del mundo le debemos. Defender la libertad, el esfuerzo, ser un ejemplo de cómo se puede llegar lejos sin contar con privilegios. Haber sacado a su país del destino de ser el “enfermo de Europa”.
Siempre que voy a España me dicen que los principios de austeridad, apertura y libre mercado no se pueden aplicar porque “somos así”. Reino Unido era “así”. Gracias a Margaret Thatcher, probablemente nunca más lo será.
Descanse en paz. «
Rubén Martínez Alpañez (Ciudadanos para el progeso) / “De todo lo importante que pasa en España, bueno o malo, tienen la gloria o la culpa los españoles mismos”. Recuerdo habérselo leído a Ortega, aunque no hace falta ser un gran filósofo para estar de acuerdo con lo que dice.
Semejante frase, resultaba inofensiva a finales de los años 90 y principios del nuevo milenio en los que España y su economía eran admiradas por el resto del mundo, tan inofensiva que provocaba orgullo en algunos e indiferencia autocomplaciente en otros, siempre que nos aventábamos a saltar los Pirineos, poniendo en práctica nuestro espanglish, cámara en mano, mientras buscábamos un lugar donde tomar una cerveza en alguna plaza de renombre en alguna capital europea. Hoy en día, pensar que todos los españoles somos responsables, culpables, por tanto, nos hace estremecer, debiendo, cuanto menos, hacernos pensar.
No es habitual que uno eche tierra sobre su propio tejado. Pero, si hemos de creer a Ortega, nosotros mismos somos los culpables de esta situación. Nosotros, los españoles. Unos más y otros menos; unos por maldad, otros por dejadez: cada uno en distinta medida y, por eso, en esa misma medida tendrá que asumir las consecuencias de sus acciones (depurando esas responsabilidades judicialmente, si es el caso).
Y españolas, con su correspondiente cuota de responsabilidad, son las asociaciones, los sindicatos, las oenegés y todo grupo organizado que pretende, en el mecanismo democrático de práctica liberal, servir de contrapeso al ejercicio del poder ejercido por el Estado. También la sociedad civil hace agua y tiene su parte de responsabilidad. A mi juicio, es el principal problema que hay que resolver si queremos invertir la espiral de pesimismo e inoperancia, y abandonar el camino de servidumbre por el que vamos avanzando. Si la sociedad civil cumple su tarea, podrán entonces los ciudadanos gozar de la libertad necesaria y suficiente para poder dirigirse a sus respectivos horizontes de realización personal.
Y pertenecen a la sociedad civil las organizaciones que, cual parásito, están pegadas al político para comer de sus migajas, por no decir para chuparle la sangre, y que no representan, por lo general, ni al propio colectivo que dicen representar. Han pasado de ser organizaciones interlocutoras de demandas sociales, a meros negocios que mantienen entretenidos, a unos cuantos, que les han tomado la medida a los políticos y que bajo la amenaza de “te saco las cacerolas a la calle” actúan estratégicamente con la única motivación de justificar ante sus posibles asociados su papel en la directiva del colectivo para, como no, perpetuarse en el puesto, para, aunque no se dice, sí se sabe… estar ahí. De lado dejamos el interés personal, los beneficios que acarrean, sin caer en delito, el hecho de encontrarse en continuo contacto con los políticos, con los detentores del poder.
Qué pasaría si de una vez por todas se decidiera regenerar nuestra estructura democrática. Si se replantearan los cimientos de nuestra democracia, si se dejara de estar anclados en pensamientos caducos y se concentran verdaderamente en potenciar las fortalezas, sin olvidar la historia, y se lograra reclasificar o posicionar adecuadamente las distintas fuerzas sociales.
Necesitamos que se corten ya los privilegios que mantienen calladas a las distintas asociaciones, privilegios otorgados a base de talonario. Que se acabe ya con las subvenciones que los mantienen callados. Que se atrevan sus señorías y dejen que la revolución social sea verdadera, que todos los ciudadanos se lo agradeceremos, a la larga, pero se lo agradeceremos.
De los distintos problemas con que cuenta la actual estructura de nuestro Estado, uno de ellos radica en la imposibilidad por parte del poder político de sostener y mantener a todos los arrimaos. Millones de euros se escurren entre las distintas instituciones cuyo destino es, a través de la denominada, y ojala denostada, subvención, gastarse incomprensiblemente de forma totalmente improductiva. Así no se crea riqueza. La Administración Pública como mejor colabora es gastando lo menos posible, y punto.
En una verdadera estructura democrática liberal, sociedad civil y gobierno han de servir de contrapeso el uno sobre el otro, permitiendo que cada individuo sea capaz de desarrollarse, sirviéndose para ello de los mecanismos apalancadores que establecen las instituciones, razón de ser de su existencia. De dicho deber ser, hemos pasado a la Alianza de las Organizaciones, donde entre unos y otros se reparten el pastel, e independientemente de la sana y honrosa intención de crear del político, se pasa a la total desconexión con el individuo convirtiéndose meramente en un estorbo.
Rubén Martínez Alpañez
Ciudadanos para el Progreso
Artículo publicado en La Opinión de Murcia el 03-01-2013
Francisco Rodríguez Barragán / Cada año, cuando llegan estos días, nos ocupamos de hacer llegar a nuestros amigos algún mensaje que les haga saber nuestro deseo de que sean felices. Por mi parte utilizo las palabras de San Pablo: estad alegres, os lo repito, alegraos. Pero ¿qué motivos hay para estar alegres, cómo podemos estar alegres en medio de tanta crisis, tantos problemas, tanto dolor?
Lo que os deseo no es que hagáis un pequeño paréntesis, unos días de jolgorio, para volver a los mismos problemas, las mismas dificultades, sino que os instaléis en una permanente alegría que nada ni nadie os pueda arrebatar. Dentro de nosotros existe una hondura, casi siempre inexplorada, donde podemos encontrarnos con Aquél que es fundamento de todo lo que existe, la roca segura donde edificar nuestra vida, donde ponernos a salvo.
En el correr inestable de los días, sufrimos el suplicio de los acontecimientos favorables o adversos que se suceden sin tregua. Nuestros deseos, siempre incolmables, nos zarandean cada día, nos inquietan los logros que deseamos alcanzar, nos asusta lo que podemos perder, sufrimos hasta por cosas que no llegan a ocurrir. La felicidad quizás sea algo que recordamos del pasado o algo que esperamos de un futuro incierto.
Las olas del océano pueden levantarse embravecidas en la tormenta, pero debajo de la superficie hay calma y estabilidad. Lo mismo pasa en nosotros. Debajo del agitado devenir de los días, tenemos en el espesor de nuestra alma un espacio sagrado y seguro. Sólo hay que armarse de valor y bajar a estas profundidades de nuestro ser donde, despojados de todos nuestros disfraces, nos encontremos a nosotros mismos ante Dios, fuente de alegría, sostén de toda esperanza.
Los problemas, las preocupaciones o los sufrimientos no van a desaparecer pero habremos descubierto el lugar donde encontrar la paz y la alegría, una alegría que nadie nos podrá quitar, distinta a la que ofrece el mundo, hecha de consumo y diversión. Una alegría que podemos compartir, sin que se agote nunca, con la gente que nos rodea. Podemos ser personas que viviendo los mismos problemas que los demás mantengamos la paz y la alegría y demos razón de nuestra esperanza.
Esa es la alegría que deseo a todos mis amigos, de la tuvimos noticias gracias a Jesús, el Hijo de Dios, cuyo nacimiento vamos a celebrar, que nos mostró el amor que Dios no tiene y que ha hecho morada dentro de nosotros.
Ahora, que pensamos estar más civilizados que entonces, en lugar de augures contamos con expertos, miles de expertos. Ellos elaboran estadísticas, proyecciones, índices y otras herramientas sobre las cuales se planifica la política, la economía, la educación, la población, la guerra, el clima, el futuro, en fin.
Naturalmente ese futuro resulta a menudo bastante diferente a lo previsto, pero los expertos explicarán, sin inmutarse, los procesos causales de la nueva realidad y propondrán de inmediato otros planes y otras soluciones.
Pensemos en cualquier obra pública, cuya planificación y ejecución ha sido encargada a expertos altamente cualificados. Lo más probable es que el costo y el tiempo de ejecución de la misma sean muy superiores a lo previsto.
Los americanos deciden ir a la guerra para la que cuentan con una gigantesca red de expertos en todo, armas eficaces y recursos económicos. Ellos pondrán orden rápidamente en cualquier punto del planeta, ya sea Corea, Vietman, Kuwait, Irak o Afganistán. Pues no, las cosas no salen como pensaban y esto pasa una y otra vez. Las victorias que alcanzaron contra los españoles en Filipinas, contra los alemanes en dos guerras mundiales o contra los japoneses, lanzándoles la bomba atómica, quizás les hicieron creer a sus expertos que lo mismo pasaría con las demás. Las cosas siempre ocurren de forma distinta. Ni Corea ni Vietman, parecen haberles enseñado nada.
Armados de una potente doctrina revolucionaria, un poder omnímodo y unos decididos planificadores, los soviéticos fueron hundiendo a medio mundo en la miseria, plan tras plan, hasta la implosión de su régimen en 1989. En Occidente y en América Latina, muchos expertos en marxismo siguieron y siguen organizando sus partidos comunistas, sin enterarse de nada.
Después de la caída del muro y el fin del régimen comunista, las democracias capitalistas se sintieron satisfechas con el crecimiento de su desarrollo técnico, de sus libertades, de sus instituciones, de su nivel de vida. Como las cosas iban viento en popa, los políticos y sus expertos asesores, pensaron que todo podía seguir así. Pero de pronto aparece la crisis financiera y el mundo entero entra en convulsión. Uno puede preguntarse cómo es posible que los expertos financieros, que pueblan los gabinetes de los grandes bancos, no barruntaran la catástrofe y siguieran invirtiendo en Lehman Brother, por ejemplo.
Pienso que pueden fabricarse teorías, proyecciones, planes, índices y leyes de economía sostenible, pero no hay manera de tabular la conducta humana. No sé si los expertos llegarán a reconocer, alguna vez, que no pueden prever las ocurrencias de los políticos, el egoísmo de los financieros o el rencor de los terroristas entre las variables de sus estadísticas, de sus previsiones.
El afán de ganancia de los financieros, la búsqueda de votos de los políticos, los intereses de las poderosas multinacionales, los designios de cambiar la sociedad desde posiciones poderosas, nada democráticas. Todo ello y muchas cosas más, hacen que vivamos en un mundo complicado con un futuro incierto, por más que miles de expertos crean que tienen la solución.
Cada vez soy más escéptico con tantos planes, tantas reuniones de alto nivel, tantas conferencias internacionales pero creo que hay valores que no cotizan en bolsa pero que son los únicos que pueden garantizar nuestra existencia: el trabajo bien hecho, la honestidad, la honradez, el cumplimiento de la palabra dada, la sobriedad, el esfuerzo, la búsqueda de la verdad y en definitiva el amor, la única fuerza capaz de construir un mundo nuevo donde habite la justicia.
La Iglesia celebra cada año este misterio: la Navidad, un hecho permanente que se actualiza para que los cristianos adoremos estremecidos a Dios hecho niño. Las cuatro semanas anteriores es el tiempo de Adviento, tiempo de conversión y de preparación.
¿Qué queda hoy de todo esto? De la alegría por la llegada del Hijo de Dios, hemos ido pasando a una fiesta para consumir, para comer y beber, para divertirnos y regalarnos. El misterio tremendo de Dios hecho hombre, se ha ido alejando, difuminando sus contornos, hasta hacerlo irreconocible entre luces de colores, reclamos publicitarios y grotescas figuras de Papá Noel.
Debilitado el mensaje y su significación estamos pasando a otro acto en el que se rechaza expresamente su significado religioso, invocando falsas razones de multiculturalidad, de convivencia, de respeto a las demás religiones, de descarado laicismo. He visto anunciada la conferencia de un autodenominado filósofo cuyo título era nada menos que ”Laicismo, garantía de democracia” Creen que eliminando a Dios va a instaurarse una paz universal, sin querer ver que están demoliendo nuestra sociedad, dejándola sin raíces, envejecida y sin futuro, el reemplazo generacional deviene imposible.
Pero en esta funesta tarea están colaborando muchos de los que se dicen cristianos, pero se pliegan al empuje de esta ola que se proclama progresista. Son, o quizás somos, los cristianos que hemos olvidado que el adviento es tiempo de conversión y no sólo de compra de regalos y juguetes.
¿Tiene sentido para nosotros los cristianos la llamada a la conversión como preparación de la Navidad? ¿De qué tenemos que convertirnos? Por desgracia hemos perdido hace muchos años la conciencia de pecado. No nos sentimos pecadores. Pensamos que el pecado es un fantasma para niños de otros tiempos. Si descubrimos el mal, siempre es en el prójimo, no en nosotros mismos. Tenemos una extensa lista de razonadas sinrazones para justificar nuestra conducta ante nosotros mismos.
El 15% de los cristianos que, según las encuestas del CIS, vamos a misa los domingos, comenzamos la celebración confesando ante Dios todopoderoso y ante los demás hermanos que hemos pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión, pero sin creérnoslo demasiado. Los confesionarios están bastante vacíos.
Si examinamos nuestra conciencia podemos ver que estamos lejos de amar a Dios sobre todas las cosas. Si creemos que Dios nos creó por amor y en Él vivimos, nos movemos y existimos, tendríamos que amarlo sobre todas las cosas. En cuanto a amar a los demás como a nosotros mismos, ¿qué tal lo llevamos? ¿Y el mandato de Jesús de amar a los enemigos…?
Amar a los demás porque todos somos hijos de Dios y por tanto hermanos nuestros, se nos hace cuesta arriba, ¡incluso a los enemigos!, porque Dios hace nacer el sol sobre buenos y malos y el mandato de Jesús es llegar a la perfección: sed perfectos como Dios es perfecto.
Alguno pensará que si nos ponemos así, es gana de amargarnos las navidades, pero a Jesús, el Hijo de Dios que se hizo hombre para salvarnos y pasó haciendo el bien, lo torturaron y lo mataron en una cruz. Él nos advirtió que nos pasaría lo mismo y que el mundo no nos aceptaría. Pero estamos en el mundo y tenemos que dar testimonio con nuestra vida familiar, profesional, ciudadana, de lo que creemos y luchar por hacer un mundo más justo, más humano, más fraterno, lo cual es imposible sin Dios. La buena noticia de Jesús es que Dios nos ama y que lo mismo que Él ha resucitado también resucitaremos nosotros para una eternidad de plenitud en la que Dios lo será todo en todos.
El hecho real al que acabo de referirme, podría aplicarse a otros muchos de similares circunstancias, que tuvieron después por protagonistas a personajes muy célebres en la historia de la humanidad, lo que desmonta de forma irrefutable la justificación de un asesinato bajo el mal llamado «aborto terapéutico».
Y es que, como decía en el primer artículo que dediqué a este tema, «Cuando nace un niño, nace un mundo nuevo», y su aniquilación, constituye la destrucción irreparable de parte del futuro del universo. Es igual que llegue a ser un genio o no. Lo verdaderamente importante, es que es un ser humano único e irrepetible, que vivirá si le dejamos, en un mundo que puede o no ser exactamente igual al nuestro, pero que siente y que padece, que tiene sus ilusiones y sentimientos, que ama y le gusta sentirse amado y que en el fondo, desea ser aceptado y hará todo lo posible por integrarse en nuestra sociedad.
Demagógicamente se suele argumentar por aquellos que fomentan la cultura de la muerte -aborto y eutanasia- que es inhumano no legalizar el «aborto terapéutico»; que este debería realizarse cuando el embarazo pone a la mujer en peligro de muerte o de un mal grave y permanente.
Terapéutico procede de «terapia», que significa curar y el aborto, no solamente no cura nada, sino que mata directamente a un ser humano inocente e indefenso y produce unas secuelas sicológicas en la madre, que perdurarán durante toda su vida. Por otro lado, el código de ética médica, señala que en el caso de complicaciones en el embarazo, deben hacerse los esfuerzos proporcionados para salvar a madre e hijo y nunca tener como salida la muerte premeditada de uno de ellos, porque eso convertiría a los médicos —cuya misión es preservar la vida curando las enfermedades— en sicarios a sueldo.
Pero, de momento, no es mi intención demostrar las falacias del incongruente y ¿mal informado?, «progresismo». Porque el asesinato, jamás puede constituir ninguna forma de progreso.
El objetivo de mis últimos artículos, es concienciar a quien tenga la oportunidad de leerme, del valor que tiene toda vida humana; del decisivo y noble papel que desempeña la mujer en la transmisión de la existencia; concienciarla de que, a quien lleva -no lo que lleva- dentro de su vientre, no es su propio cuerpo -simplemente está alojado en él- y por tanto, no tiene el menor derecho a decidir sobre una vida que no es la propia; del irremediable daño que de por vida se haría así misma, de atentar contra la inocente criatura que ella misma ha creado; de que alumbrando a ese nuevo ser, justifica su propia razón de ser como mujer, que es la más noble misión y la culminación del privilegio de que la dotó la naturaleza. En definitiva, porque la muerte solo significa destrucción, una vez más, quiero transmitir un mensaje positivo de amor, fe, fortaleza y esperanza.
Sin embargo, no podemos ignorar la existencia de un opresivo y arbitrario «progresismo» que persigue el logro de una sociedad amorfa, mediante la despersonalización del individuo, la eliminación del «tú» y el «yo», con todo lo que de excepcional conllevan estos conceptos; la supresión de «marido» y «mujer», sustituyéndolo por cónyuge A y B. Partiendo de este principio, en el trascendente acto de la procreación, ya no seremos «padre» y «madre», sino progenitor «A» y «B». Realmente ¿nos estamos dando cuenta de la profunda gravedad que constituye esta perversión del lenguaje y a donde nos puede conducir esta deshumanización en el futuro, si llegamos a aceptarlo como algo normal y cotidiano? Entre otras muchas consecuencias, si con el paso del tiempo, esta forma de pensar prende en la sociedad, se producirá un vacío insensibilizador que nos conducirá a la nada, con capacidad de contagiarlo todo, lo que permitirá al Estado, el adueñamiento de los derechos fundamentales del ser humano, convirtiéndose en señor absoluto y manipulador de cuerpos y conciencias, último fin del totalitarismo laicista.
Quienes patrocinan, fomentan y legislan basándose en estos bastardos e insolidarios intereses ideológicos y económicos, están colocando a España en la primera línea del sacrificio infantil, presentando el aborto como un derecho y liberación de la mujer. Una liberación que, al marginar a los padres, deja sola a una niña de dieciséis, diecisiete años -al fin y al cabo una adolescente que necesita la protección de quienes verdaderamente la aman y deben velar por protección y por su bien- aterrada por las consecuencias de una relación sexual inmadura, para que elija sola un futuro en el que solo estará acompañada de por vida, por la angustia, el sentimiento de culpabilidad, la ansiedad, los terrores nocturnos, la depresión, los trastornos de alimentación o de su vida sexual futura, secuelas que habitualmente aparecen y permanecen, incluso años después de haber abortado.
La ministra de ¿Igualdad?, Bibiana Aído, dijo el 18 del pasado mes de mayo: «Un feto es un ser vivo, pero no podemos hablar de ser humano».
Lo que una mujer lleva en su seno materno desde el mismo instante de la concepción, es un nuevo ser humano en desarrollo y no solamente un ser vivo. Como si de un embrión o un feto humano, pudiese surgir una salamanquesa.
El Dr. Bernard Nathanson, ginecólogo norteamericano, cuenta en su autobiografía haber realizado más de 60,000 abortos. En su libro confiesa que era un paria en la profesión médica. «Se me conocía como el rey del aborto… Llegué incluso a abortar a mi propio hijo», declaró el médico en una conferencia llorando amargamente. Ese suceso cambió su vida. Dejó la clínica abortista y pasó a ser jefe de obstetricia del Hospital de St. Luke’s. La nueva tecnología del ultrasonido hacía su aparición en el ámbito médico. El día en que Nathanson escuchó el corazón del feto en los monitores electrónicos, comenzó a plantearse por vez primera «qué era lo que estábamos haciendo verdaderamente en la clínica». Decidió reconocer su error y en la revista médica The New England Journal of Medicine, escribió un artículo sobre su experiencia con los ultrasonidos, reconociendo que en el feto existía vida humana desde el mismo momento de la concepción. Incluía declaraciones como la siguiente: «el aborto debe verse como la interrupción de un proceso que de otro modo habría producido un ciudadano del mundo. Negar esta realidad, es el más craso tipo de evasión moral». Había llegado a la conclusión de que no había nunca razón alguna para abortar: «…el aborto es un crimen». Con los ultrasonidos hizo un documental que llenó de admiración y horror al mundo. Se titulaba «El grito silencioso». Nathanson había abandonado su antigua profesión de «carnicero humano». Hoy, Bernard Nathanson, es un judío convertido al catolicismo.
Por activa y por pasiva, Bibiana Aído, la ministra que ha promovido el nuevo proyecto de Ley del aborto, ha tratado de justificar el mismo, argumentando que es para evitar que vaya a la cárcel aquella mujer que aborte. Ciertamente no se conoce un solo caso en que por este hecho se haya aplicado tal condena, pero sí es cierto que la mujer que aborta, queda para siempre aprisionada entre rejas; las rejas morales de su propia culpabilidad, que en algún recoveco de su alma, le aprisiona y no le deja dormir.
En cualquier tipo de circunstancias en las que se produzca un embarazo, la respuesta no está en el raciocinio, si no en las indescriptibles sensaciones de amor y de ternura que ese nuevo ser que la madre alberga dentro de sí misma, le hace sentir.
Cuando una mujer se encuentra ante un embarazo en circunstancias adversas, hemos de tener en cuenta que es un ser humano, que tiene que enfrentarse, en medio de su íntima soledad, al dilema de escoger entre la Vida o la muerte; ahora le llaman «Derecho Reproductivo». Este dilema no lo comparte, lo decide en medio de la desesperación, la angustia y el miedo, y cuando finalmente decide por la muerte del hijo, lo hace en medio de un dolor indescriptible, sin que nadie le informe adecuadamente de que la vida le ofrece otras salidas y de que en ese momento se está embarcando en la nave de un drama, en la que se verá prisionera y navegará durante el resto de sus días.
Hundir en ese abismo a una criatura que se enfrenta a una incertidumbre tan trágica, no es otorgarle un «derecho», ni abrirle las puertas de una embaucadora «liberación»: es una auténtica villanía, tras la que se esconden infames intereses.
Todos los científicos y clase médica, coinciden en el hecho incuestionable en que, ante el atroz ataque que un bebé sufre el transcurso de un aborto provocado, el niño reacciona ante el dolor e incluso emite lo que muchos han llamado, el «grito silencioso». Silencioso porque no se escucha fuera de su hábitat natural, pero que su infinito dolor ante la salvajada que con él se está cometiendo, nunca dejará de escuchar el corazón de su madre.
La Divina Naturaleza, hizo del vientre de la mujer, el más fértil campo destinado a dar el más maravilloso y sobrenatural fruto de la creación. No permitamos que tan prodigioso origen de la vida, el aborto lo convierta en un lóbrego ataúd, reino eterno del dolor y del silencio.
César Valdeolmillos Alonso / Calificaba el gran filósofo español Julián Marías, que lo más grave que ha acontecido en el siglo XX «sin excepción», ha sido la aceptación social del aborto.
El Comité de Bioética de España, ha emitido su dictamen en el que concluye que matar a un ser humano no es ninguna imposición, pero si un derecho. Un dictamen tan escandaloso como obsceno. Ha habido un voto particular: el de César Nombela -el vocal más respaldado por las autonomías, microbiólogo y ex-presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas- que ha votado en contra semejante panfleto, sacando los colores al resto del comité al denunciar «la radical contradicción en la que incurre, al reconocer que desde la concepción, existe una vida humana nueva diferenciada de la de la madre gestante; pero al mismo tiempo admitir que se puede acabar de manera voluntaria con esta vida, durante las primeras catorce semanas de su desarrollo.»
Pero hoy no quiero remover la nauseabunda inmundicia en la que al parecer, por ignorancia, resentimiento o provecho personal, muchos se revuelcan gustosos.
Ponía de relieve en mi artículo «Que difícil es defender el honor de Dios» -el que al parecer ha provocado un interesado revuelo entre la reaccionaria y ultraconservadora progresía- el insaciable egoísmo e hipocresía de que estamos impregnados, enfermedad que nos ha llevado a sustituir los más altos valores del humanismo cristiano, en los que ahonda sus raíces la civilización occidental, por las conveniencias personales y el becerro de oro, terreno abonado para que emergiendo de la negrura de nuestro vacío inmaterial, fructifique en él, la semilla sanguinaria de nuestra propia destrucción que es el aborto, cual nuevos Chronos devorando a nuestros propios hijos.
El ser humano y como tal imperfecto, simultáneamente es capaz de llevar cabo las acciones más sublimes y las más abyectas, sin que por ello sufra desdoro o menoscabo su dignidad. Por el contrario, es precisamente en esta ambivalencia en la que radica su grandeza. Por ello hoy quiero dar un aldabonazo a la puerta de nuestra sensibilidad y que una vez abierta, penetre a través de ella el germen vivificador del amor que siembre de esperanza nuestras vidas. Quizá para que el estiércol se convierta en esplendoroso fruto, podría ser oportuno conocer un hecho que alguien -con infinita sensibilidad y amor- me envió.
«Hace algunos años, en las olimpiadas de Seattle, para personas con discapacidad, también llamadas «Olimpiadas especiales», nueve participantes, todos con deficiencia mental, se alinearon para la salida de la carrera de los cien metros lisos.
A la señal, todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de dar lo mejor de si, terminar la carrera y ganar el premio.
Todos, excepto un muchacho, que tropezó en el piso, cayo rodando y comenzó a llorar.
Los otros ocho escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Vieron al muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron. ¡Todos!
Una de las muchachas, con síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso y le dijo: «Listo, ahora vas a ganar». Y todos; los nueve competidores entrelazaron los brazos y caminaron juntos la prueba hasta la línea de llegada.
El estadio entero se puso de pie y en ese momento no había un solo par de ojos secos. Los aplausos duraron largos minutos. Las personas que estaban allí aquél día, repiten y repiten esa historia hasta hoy. ¿Por qué? Porque en el fondo, todos sabemos que lo que importa en esta vida, más que ganar, es ayudar a los demás para vencer, aunque ello signifique disminuir el paso y cambiar el rumbo. Porque el verdadero sentido de esta vida es que TODOS JUNTOS GANEMOS, no cada uno de nosotros en forma individual.
Ojalá que también seamos capaces de disminuir el paso y cambiar el rumbo, para ayudar a alguien que en cierto momento de su vida tropezó y que necesita de ayuda para continuar TODOS formando parte de un proyecto colectivo, porque entre todos seguro que podemos. Guarda este propósito en tu corazón y asegúrate de encontrarlo en el momento oportuno, cuando debas ayudar a quien te necesite».
Cuando una adolescente o una mujer tenga la desgracia de caer o encontrarse en las circunstancias de ser diferente del hijo que ha engendrado, no la hundamos más en la sima de su infortunio, abriéndole las puertas para que cometa algo execrable, cuya acción le producirá un derrumbamiento moral y psicológico del que no podrá recuperarse mientras viva. Parémonos. Tendámosle nuestra mano para que pueda levantarse y seguir adelante, no por compasión ni caridad, sino rodeada de una infinita comprensión y amor. ¡Pero todos!
En el caso de las criaturas que describe el hecho que acabo de reflejar, pensemos que tienen los mismos sentimientos e ilusiones que nosotros. Están llenas de ternura y amor y esperan y necesitan recibir lo mismo de sus semejantes. Pero les damos la espalda en muchos casos, porque hundidos en nuestro ciego egocentrismo, los juzgamos y sentenciamos diferentes a nosotros. Y ¿en que nos basamos para dictar esta sentencia? ¿En que somos más numerosos que ellos? Lo que diga una mayoría ¿es razón suficiente y absoluta? ¿Sería realmente de noche a las doce del día porque lo dijésemos una mayoría? ¿Porqué no pensar que no son ellos diferentes de nosotros, sino nosotros diferentes de ellos?
Precisamente porque nosotros somos diferentes de ellos, son seres que necesitan nuestra ayuda para desarrollarse en nuestro mundo, pero que justamente por su indefensión, su sencilla y espontánea pureza, serán los causantes de que gocemos del privilegio de experimentar unas emociones y sentimientos que jamás llegarán a conocer aquellos que no les quieren conocer; que no quieren tenerlos junto a ellos porque temen que pueda destrozar su vida; que les dan la espalda y deciden prescindir del inigualable tesoro que albergan en su interior, descuartizándolos en las ocultas profundidades de su propio seno. En ese momento, del libro de la creación, estamos arrancando una página en blanco en la que nunca sabremos los prodigios que en la misma se podrían haber escrito.
En el claustro materno, el niño se siente seguro en medio de su propia indefensión natural. Pero cuando irremisiblemente se siente atacado desde el exterior, ¿Sabe la madre que lo alberga, de la soledad, infinita tristeza y desesperado desamparo que el fruto de su propio ser siente en su corazón? Aún no puede comunicarse con el mundo exterior, no puede pedir auxilio ni amparo. En la infinita soledad del claustro materno, solo espera quieto. Es el momento en el que Antonio Gala dice: «Si la soledad manchara, no habría suficiente agua en el mundo para lavar a un niño».
La mujer que así actúe, ignora que ser madre, no es tener un hijo, ni alimentarle, ni educarle, ni hacerle regalos. Ser madre es olvidarse de sí misma y de lo que era antes. Ser madre es vivir para siempre en el fruto de sus entrañas, porque el amor de madre, ni la nieve le hace enfriarse.
Por mucha dedicación y entrega que requiera un hijo en circunstancias consideradas por nosotros «especiales», se verán generosamente compensadas por el inmenso caudal de las hermosas e inigualables emociones que les habrán de brindar, convirtiéndose con ellas en mujeres verdaderamente privilegiadas.
El aborto jamás podrá ser un derecho, porque excede de la propia madre, que por egoísmo, temor, ignorancia o inducción, destruye una vida independiente apenas comenzada, que si bien es verdad que alberga, en ningún caso le pertenece, porque en cada ser humano, se encierra todo el universo.
Cínica e hipócritamente, se nos llena la boca hablando de paz, mientras simultáneamente impulsamos la muerte, olvidando que si la paz existe, es la imagen de un niño durmiendo.
César Valdeolmillos Alonso